OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

EL MINISTERIO DE CONCENTRACION REPUBLICANA DE POINCARE*

 

El drama del franco ha decidido a la burguesía francesa a reconciliarse. Este gaoinete de concentración republicana que encabeza Poinca­ré se reduce, en último análisis, a un gabinete de concentración burguesa. Todos los cuerpos y todos los líderes burgueses de la cámara están ahí. El bélico Tardieu y el ambiguo Briand, el opaco Leygues y el pávido Painlevé, el anodino Barthou y el desventurado Herriot, han acepta­do la jefatura de Poincaré en un ministerio que pretende tener el aire de un ministerio de unión sagrada. Fuera de este gabinete, sólo están, a la derecha, la minúscula patrulla monarquista, y a la izquierda, algunos radicales-socialistas, los so­cialistas y los comunistas. 

¿Qué ha pasado en el parlamento francés, di­vidido antes —sin contar las dos extremas, mo­narquista y comunista—, en dos campos, en dos coaliciones aparentemente inconciliables, el blo­que nacional y el cartel de izquierdas? 

La cámara nacida de las elecciones de 14 de Mayo es, materialmente, por su composición y su estructura, la misma que ahora preside Raoul Peret y que se dispone a acordar al hombre de la ocupación del Ruhr los votos de confianza que necesite su política de estabilización del franco. Pero, psicológica y espiritualmente, no es ya la Cámara que, encontrando insuficiente el licen­ciamiento del ministerio de Poincaré, reclamó y obtuvo en mayo de 1924 la renuncia de Millerand, presidente de la república. En dos años, de los más tormentosos de la política parlamentaria francesa, se ha cumplido, con éxito negativo, el experimento político propugnado por la mayoría del 11 de mayo. El cartel de izquierdas, vencedor de las elecciones, roído desde su nacimiento por un mal insidioso y congénito, se ha disgregado gradualmente en estos dos años. Desde mucho antes de la caída del primer gabinete Herriot, asistimos al proceso dramático de su disolución. El último gabinete Herriot ha sido una postrera tentativa por mantener aún a flote por algún tiempo la esperanza y la ficción de un gobierno de las izquierdas. Hoy, naufragada en pocas ho­ras esta tentativa tímida y tardía, vemos a una parte del cartel reunida al antiguo bloque nacio­nal mientras la otra parte —el partido socialis­ta— se siente de nuevo casi sola en la oposición. 

El retorno de Poincaré representa simplemen­te un fracaso del reformismo. Pero no únicamen­te, —como querrán hacer creer los enemigos a ultranza de la idea socialista—, un fracaso del reformismo socialista, sino también, y sobre to­do, del reformismo burgués. El cartel de izquier­das —coalición de los partidos avanzados de la burguesía, radical-socialista y republicano-socia­lista, con el partido moderado de la clase obre­ra— era una fórmula reformista. Se combinaban y entendían en esta fórmula dos evolucionismos: el de la burguesía y el del proletariado. Ninguna crítica de buena fe podía identificar lealmente al cartel de izquierdas como una fórmula revolucio­naria. Los comunistas franceses, antes y después del 11 de mayo, denunciaron incansablemente el verdadero carácter del cartel

La quiebra de esta híbrida alianza no es, pues, una derrota de la revolución sino tan sólo una derrota de la democracia. Con el cartel naufra­ga exclusivamente la reforma. Los excelentes y optimistas burgueses que, guiados por un risueño retor, se creyeron capaces el 11 de mayo de combatir a fondo por la democracia, contra su propia clase, regresan ahora, desilusionados y maltrechos, bajo la bandera equívoca de una concentración republicana, a la teoría y la práctica de la unión sagrada de la burguesía. El partido socialista, por su parte, —liquidado desastrosamente el experimento reformista—, vuelve a asumir, en el parlamento, su función de partido del proletariado. 

No hay otra cosa sustancial en la solución de la última crisis ministerial francesa. El éxito personal de Poincaré es una cosa adjetiva. Si Herriot, Painlevé, etc., se han visto obligados a aceptar la dirección del "gran lorenés", no es menos cierto que éste, a su turno, se ha visto obligado a aceptar la colaboración de estos políticos que, en mayo de 1924, lo arrojaron estrepitosamente del poder, achacándole casi toda la responsabilidad de la situación de Francia en la post-guerra. El bloque nacional poincarista no puede suprimir definitivamente al radicalismo o, mejor dicho, al reformismo, sino a costa de digerirlo y asimilarlo. 

De otro lado, es absurdo aguardar de Poincaré una obra de taumaturgo. El drama del franco comenzó al día siguiente de la victoria francesa. Poincaré cayó en mayo de 1924, precisamente por haberse mostrado impotente para resolverlo. Antes que los precarios ministerios que se han sucedido del 11 de mayo a la fecha, trató de reordenar las finanzas francesas un sólido ministerio del bloque nacional dirigido por Poincaré. Los resultados de su gestión son demasiado notorios. 

Poincaré no tiene un programa propio de restauración del franco. Su programa toma en préstamo algo a todos los programas del parlamento. El "gran lorenés" no posee siquiera dotes de dictador. Crecido y formado en la atmósfera parla­mentaria de la Tercera República, no puede romper con sus "inmortales" principios. Tiene la mentalidad y el espíritu de la pequeña burguesía francesa. Y es por esto que la pequeña burgue­sía lo adora. 

Espíritu de clase media, impregnado de to­dos los prejuicios del parlamentarismo, Poinca­ré sabe muy bien que no es a él, en todo caso, a quien le tocará jugar en Francia el rol de dic­tador o condottiere. León Blum lo ha definido agudamente en una interview. "Poincaré, —ha dicho—, ha menester de sentir en torno suyo el afecto y la devoción de los hombres. Para ob­tenerlos usa, en lo privado, la afabilidad y hasta la coquetería. Pero hay en él algo que detiene el impulso de los otros: una se queda íntima, una meticulosidad excesiva y desconfiada, un amor propio siempre herido. Lo tiene al punto de que cuando toma una resolución, piensa en el artícu­lo que escribirá Tardieu al día siguiente y de que su resolución es influenciada por este pen­samiento. Hay en él algunos lados imprevistos: Así, por ejemplo, la fuerza física lo atrae. Una alta estatura lo impresiona, le da miedo. No bus­queis en otra cosa la extraña influencia que ejer­ce sobre él Maginot. Su ascendiente es exactamente el mismo que el gigante Gastón Bonvalot ejercía sobre el pobre Lemaitre". Blum completa su juicio, reconociendo a Poincaré grandes cua­lidades —orden, potencia intelectual y vasta cul­tura—, pero negándole el sentido de lo real, de la aplicación concreta, y declarando que sería admirable "en el papel de segundo de un hombre de genio". 

El dinero, la burguesía, han dado a Poincaré, para el ministerio que acaba de constituir, un crédito de confianza. He ahí toda la clave de su ascensión al poder en traje de salvador de la patria.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 31 de julio de 1926.